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MINISTERIO DE ACOGIDA

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EL CARISMA DE LA ACOGIDA

Se habla mucho de la necesidad de la acogida y no siempre se hace lo que se dice. En los últimos años son varios los documentos eclesiales en los que se recomienda vivamente la forma de acoger a mas hermanos y hermanas.

Sólo hay que acudir a la experiencia para darse cuenta de su necesidad, haciendo de la acogida un encuentro fraterno, de comunión y evangelizador, para mucha personas, la primera impresión es lo que le va a quedar.

A veces incluso para toda la vida.

En la Renovación, si no se está atento, Con frecuencia nos llegan personas nuevas al grupo. Nos llegan traídas por algún hermano o simplemente atraídas por nuestra oración o nuestra alegría.

Pero nos llegan normalmente cargadas de sufrimiento, de deseos de búsqueda, de heridas que siguen abiertas, desorientadas... Sería importante que nos preguntáramos cómo las recibimos, cómo las acogemos, si de hecho nos ocupamos de cada una de ellas. Si a veces, incluso, nos dejamos llevar exclusivamente por su aspecto externo.

Los que queremos compartir nuestra fe. La acogida de los demás debe ser el signo de la acogida amorosa de Dios, que quiere a sus hijos reunidos y unidos en su casa.

 

LA ACOGIDA EN LA PALABRA DE DIOS

 

Son muchos los momentos en los que la acogida está presente a lo largo de las páginas de la Biblia. A veces es Dios quien acoge, otras es el hombre el que acoge a Dios, y otras son las personas las que se acogen mutuamente. Trataré de poner algunos ejemplos a fin de que todos podamos comprender su importancia.

LA ACOGIDA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Hay un texto precioso en el libro del Génesis en el que se manifiesta que, cuando se acoge, es a Dios mismo a quien se acoge; y que, cuando se acoge, Dios se manifiesta a través de sus dones:

El Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, en lo más caluroso del día. Alzó la vista y vio a tres hombres frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda, se postró en tierra y dijo: Señor mío, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un bocado de pan para que recobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a la casa de vuestro siervo (Gen 18,1-5). Abrahán está sentado a la puerta de su casa. Hace calor. Pero cuando ve a aquellos tres hombres reconoce en ellos la presencia del Señor. Es el Señor el que llega. Se levanta y corre a su encuentro. No sigue sentado buscando su comodidad. Es más: se postró, porque quien llega pasa a ser el protagonista. Y desde esa actitud, el servicio, el darle al otro cuanto necesita. Por eso la promesa y el don no se hacen esperar. Abrahán y Sara no habían tenido hijos. Nuestros grupos, a veces, no crecen. Pero cuando hay una actitud de acogida y servicio siempre puede aparecer y rebrotar la vida. ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? Cuando vuelva avisitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo (Gn 18,14). Otro texto significativo puede ser el de la acogida de la viuda de Sarepta al profeta Elías. Era un tiempo de Renovación Carismática Católica en España Material de Formación El carisma de acogida 2 sequía y de hambre. Y, sin embargo, aquella viuda y su hijo, que estaban abocados a la muerte, aun con una resistencia inicial, supo fiarse de Dios, abrir su casa a Elías y darle incluso lo poco que tenía para subsistir. ¿No nos puede recordar esta realidad algo que estamos viviendo en la Iglesia y en algunos de nuestros grupos de oración? Nos mantenemos con pocas perspectivas de futuro y hasta nos resistimos en abrirnos a algo nuevo. Pero, cuando en nuestra pobreza somoscapaces de abrirnos al Señor, que siempre nos llega a través de signos y de personas, el don, la vida, la comunión y la promesa se hacen siempre realidad. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor conceda lluvias sobre la tierra (1 R17,14).

 

En fin, la acogida debe estar relacionada también con el templo, la casa de Dios, de la que ningún miembro de su pueblo puede sentirse excluido, ya que somos templos de Dios habitados por el Espíritu Santo. Algunos salmos expresan esta actitud del corazón abierta a los hermanos: Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo. Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien (Sal 122, 8-9). Quien tiene un corazón acogedor transmite paz y desea siempre el bien para todos. Tal vez por eso, el salmo 133 expresa la alegría del compartir y la unidad: Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos (v. 1). LA

 

ACOGIDA EN EL NUEVO TESTAMENTO

En el Nuevo Testamento hay muchos textos que nos hablan de acogida; unas veces es Jesús y sus discípulos los que son acogidos; otras, es Jesús quien acoge; otras, en fin, son los discípulos los que se acogen entre sí. Y hay también otro tipo de acogida: la que se hace a los pobres, enfermos y pecadores. De todo ello intentaré dar algunas pinceladas. Aunque el comienzo es un toque de atención que nos da el evangelio de Juan: En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron (Jn 1,10-11). Y bien lo experimentaron María y José cuando, buscando posada para pasar la noche, no encontraron sitio (Lc 2, 7). Menos mal que el cuarto evangelio nos da una esperanza: Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre (v. 12). Es tan importante la acogida que Jesús se identifica con aquellos a quienes se acoge: Era forastero y me acogisteis (Mt 25, 35c). Dos ejemplos de acogida a Jesús lo tenemos en Mateo y en Zaqueo. Cuando ambos se encontraron con Jesús, ambos le abrieron las puertas de su casa. Y en ambos, igualmente, se dieron frutos de conversión tras la acogida. Lo podemos leer en los evangelios: Mateo se convirtió en discípulo (Mt 9, 9-13) Y Zaqueo empezó a compartir sus bienes (Lc 19,1-10). Y es que no puede haber encuentro con Jesús que no lleve consigo la apertura del corazón y la acogida hacia todos aquellos con los que Jesús se identifica. Un caso distinto fue el de Simón el fariseo: acogió a Jesús en su casa pero no pasó del mero formalismo, fue acogedor externamente pero su corazón siguió cerrado a la misericordia. Esa es la razón por la que no comprendió que Jesús se dejara tocar por la mujer pecadora (Lc 7, 36-50). Para Jesús y para el Evangelio la acogida tiene mucho que ver con la misericordia. La persona que piensa que la gracia de Dios le viene por el esfuerzo personal tendrá siempre el corazón cerrado hacia los débiles, hacia los que se equivocan, hacia los pecadores. Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Éste acoge a los pecadores y come con ellos (Lc 15, 1-2). Jesús nos enseña que no solo hay que acoger a los que nos caen bien, a los que son como nosotros, a la gente buena, sino a todos. Hay una explicación para poderlo comprender: esta es la actitud del Padre. Por eso, en la parábola del hijo pródigo, el padre acoge al hijo que no se portó bien sin pedirle explicaciones. Es más, la acogida del padre de la parábola es tan impresionante que el evangelista nos dice que, ante el hijo que regresaba, manifiesta las siguientes actitudes: lo ve de lejos, se conmueve, corre hacia él, se le echa al cuello y lo besa efusivamente, le pone el mejor vestido, un anillo en su mano y sandalias en sus pies, le mata el novillo cebado y celebra en su honor una fiesta (Lc 15,20-23). ¿No podría ser este el mejor ejemplo de lo que debe ser una acogida por parte de alguien que ha descubierto que tiene que ser signo del amor de Dios? El ejemplo contrario está en el otro hermano, en el que no está dispuesto a acoger porque piensa que el que se ha equivocado no se lo merece. Quien desde el cumplimiento y el esfuerzo personal rechaza a quienes son diferentes, a quienes tienen problemas, a quienes pecan, no puede ser signo del amor de Dios. Y si no hay este signo, no puede haber auténtica acogida.

Es como aquella parábola de los invitados a la boda, una boda que es la representación del Reino de Dios, de la fraternidad. Aquellos a los que lógicamente les llega antes la invitación, la rechazan; los pobres y lisiados, los ciegos y cojos son los que van a ocupar su lugar (Lc 14, 15-24). Es cierto que, una vez dentro, no pueden seguir como si estuviesen fuera. Pero esa sería precisamente una de las tareas del ministerio de acogida.

 

Renovación Carismática Católica en Material de Formación

El carisma de acogida 3 Hay un texto también precioso en el que Jesús es acogido por Marta, la hermana de Lázaro y de María, en Betania: Yendo de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa (Lc 10,38). Acogida que se hizo después disponibilidad y servicio. Pero acogida que tuvo además sus riesgos: Marta perdió la paz y lo pagó con su hermana. Y una enseñanza por parte de Jesús: la acogida es buena, y es buena la prontitud para estar al servicio de los hermanos; pero no es buena nunca ni la pérdida de la paz interior ni la murmuración hacia otros hermanos que no hacen lo que nos gustaría que hicieran. Si la acogida es signo de amor, el amor no nos puede llevar a perder los papeles, sino a ser pacientes, a no tener envidia, a no juzgar. Los discípulos de Jesús están, por tanto, llamados a ser acogedores, como lo es el Padre. Pero también están llamados a ser acogidos. Cuando el Señor envía a los setenta y dos les dice: En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: El Reino de Dios está cerca de vosotros (Lc 10,8-9). Y es que, allí donde hay acogida, allí se manifiesta el Reino de Dios y se multiplican los dones del Espíritu. Esa fue la experiencia de San Pablo y de tantos enviados que, a lo largo de la historia, han vivido la experiencia de la fraternidad, del amor del Padre a través del abrazo de todos los hermanos que les han acogido y recibido como heraldos del Evangelio. Los Hechos de los Apóstoles y el testimonio de tantos misioneros nos dan la mejor prueba de que allí donde hay acogida, allí brota y crece la Iglesia, multiplicándose por consiguiente los carismas. Y teniendo en cuenta que si los misioneros son acogidos es porque siempre hay detrás una comunidad que les acoge.

 

QUÉ ES LA ACOGIDA

Creo que la Palabra de Dios nos ha ayudado bastante para comprender cuál es la acogida que el Señor quiere, la que la Iglesia y todo grupo cristiano necesita para ser fiel al Evangelio. Pero quiero ahora subrayar dos aspectos que me parecen esenciales. Debe haber, en primer lugar una acogida externa a las personas que acuden al grupo, al templo, a la parroquia. Esto significa que hay que estar pendiente de quien viene, de quien se acerca por primera vez, de quien viene tal vez triste o preocupado, de quien se pone en un rincón intentando pasar desapercibido. Una comunidad cristiana debe tener las puertas abiertas, debe ser hospitalaria. Un templo parroquial no debería permanecer cerrado durante todo el día, debería haber personas que estuviesen atentas a acoger a quien llega necesitado de oración, de escucha, de desahogo. Y un grupo cristiano debería también estar abierto a quien quisiera acercarse, porque una persona que es capaz de romper el miedo y llamar a su puerta, es una persona que ciertamente está buscando: a Dios o a una Iglesia que responda a sus inquietudes y preocupaciones. Pero esto, con ser tan importante, no basta. Esta acogida externa debe ser acompañada por la acogida del corazón. No solo hay que ofrecer un lugar, sino una comunidad de hermanos, un hogar en el que las personas se puedan sentir queridas, comprendidas, escuchadas, perdonadas y ayudadas. Si nos quedamos solo en lo externo seríamos como Simón el fariseo; si no tenemos entrañas de misericordia seríamos como el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Hay que abrir, por tanto, las puertas de nuestras iglesias y de nuestros grupos, pero sobre todo hay que abrir el corazón. En el mundo en que vivimos hay mucha gente que sufre, que se encuentra sola, desorientada, perdida. Y si no encuentran la acogida que necesitan en el seno de la comunidad cristiana, ¿dónde la podrán encontrar? No podemos olvidar que estamos llamados a ser signo del corazón acogedor del Padre, que no rechaza a nadie sino que tiene abiertos sus brazos para acoger a todos. Cualquier otra cosa sería un auténtico antitestimonio.

 

LA ACOGIDA EN LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA

El tener un corazón acogedor es un don del Espíritu Santo, y esto hace posible que el carisma de la acogida sea una riqueza para la Iglesia y para todo grupo cristiano. La Renovación Carismática, que debe estar siempre abierta a los dones del Espíritu no puede renunciar a este carisma, porque el tenerlo es garantía de crecimiento y maduración, y el no tenerlo el mayor riesgo para el estancamiento de la vida de nuestros grupos de oración. Llegados a este momento, habría que preguntarse si este carisma está o no presente en los grupos. Y si lo está, si hemos hecho de él un auténtico ministerio. Que lo mismo que existe el ministerio de intercesión o de alabanza, esté también presente encada grupo el de acogida, hermanos y hermanas que se ocupan y preocupan de las personas que vienen, de los nuevos, de los que nadie se ocupa, de los que se sienten marginados o que vienen rechazados de otros espacios eclesiales. Los hermanos de este ministerio deben ser como el corazón de Dios abierto a las personas que se acercan por primera vez, brindándoles una bienvenida afectuosa y fraterna. Por eso, han de interesarse por ellos, anotando sus datos más importantes: nombre, dirección, teléfono, fecha del santo y cumpleaños... Al menos hasta su integración en el grupo. 

Renovación Carismática Católica Material de Formación El carisma de acogida.

4 Seminario de la Vida en el Espíritu, deben estar cercanos a sus vidas, conocer mejor sus motivaciones y sus inquietudes, como si fuesen sus pastores, ya que están llamados a cuidar de ellos en nombre de Cristo Pastor. En este sentido deben ayudarles a introducirlos en nuestra espiritualidad: lo que es un grupo de oración, lo que se hace cuando el grupo se reúne, la importancia de la alabanza, de la Palabra de Dios, del canto en lenguas... Es obvio que para llevar adelante una tarea como esta deben intentar formarse tanto en lo que se refiere a las enseñanzas de la Iglesia como a las de la Renovación Carismática, y, sobre todo, en el cómo conocer y orientar mejor a las personas. Es evidente, así mismo, que quien está en el ministerio de acogida, debe ser una persona que se sienta plenamente identificada con el grupo de oración y con la Renovación Carismática, ya que la acogida no la hace a nombre personal sino en nombre del grupo. Debe estar también muy unido al equipo de servidores, ya que en virtud de su ministerio los servidores podrán conocer mejor a las personas, sus necesidades, sus problemas, sus aspiraciones. Se podrían dar también algunas características de quienes están llamados y enviados a ejercer este ministerio. Creo que deben ser personas abiertas, comunicativas, sencillas, alegres, que sepan transmitir confianza, que la apariencia no les lleve a hacer acepción de personas; detallistas, cariñosas, que sepan escuchar y aconsejar, que sean discretas; en definitiva, que sean personas llenas de amor y de sensibilidad, que deseen el bien del hermano y que, al mismo tiempo, no creen lazos innecesarios de dependencia. Sería estupendo que los que hayan sido agraciados por el Espíritu con estos dones percibieran la necesidad de ponerse al servicio del grupo, y que el equipo de servido les confirmase el carisma instituyendo este ministerio. Sería la forma no solo de acoger a los que llegan sino también de estar pendientes de cuantos hermanos asisten a los encuentros de oración, ayudándoles así a su integración y a su apertura a los dones y carismas que el Espíritu tiene preparados para ellos. A veces no florecen suficientemente los carismas porque algunos hermanos necesitan, en sus temores e indecisiones, un pequeño empujón que les haga descubrir su lugar dentro del grupo.

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